12.11.10

EL OBRADOR EN LOS MEDIOS



Martes 12 de Octubre del 2010 
iniciativa vecinal
El Obrador, una fábrica cultural en Rosario
En pleno corazón del barrio toba de Rouillón al 4300 funciona desde hace tres años con talleres de expresión y oficios. Lo paticular es que los vecinos de la comunidad Qom aportan sus saberes y tradiciones para crear objetos que luego salen a la venta.

Rosario - Para llegar a centro cultural El Obrador, de Espinillo y Maradona, hay que cruzar el puente ubicado sobre la Vía Honda, una enorme traza por donde pasa el tren y asoman, casi colgados, un puñado de ranchos y chapas. A pocas cuadras de ahí, donde comienza el corazón del barrio toba de Rouillón al 4300, asoma la estructura gris de cemento que se levantó apenas arrancó la urbanización de la zona. Lo que nació como un obrador para seguir la ejecución de un plan de viviendas, desde hace tres años se convirtió en una fábrica cultural donde los mismos vecinos de la comunidad Qom aportan los saberes transmitidos de su propia cultura para crear y producir. “La iniciativa de este lugar fue votada por la gente a través del Presupuesto Participativo hace varios años, pero fue en 2008 que el proyecto empezó a crecer”, cuenta la antropóloga Marcela Valdata directora del espacio.


Con el tiempo, el viejo galpón que al principio no tenía nada más que un par de sillas y una mesa, no sólo fue ganando espacio sino que empezó a tomar cuerpo. Hoy funcionan un roperito (donde se reciclan prendas, se confecciona ropa, se arma el ajuar para las embarazadas, se diseñan los trajes de la murga y se clasifica indumentaria que después se reparte entre los vecinos), un aula radial (para adultos que no pasaron por la escuela), talleres de oficio, telar, acrobacia, plástica, hip-hop y cumbia cruzada para chicos y adolescentes.

“Desde el comienzo el objetivo fue el de incorporar las costumbres, los instrumentos y las formas relacionadas con las diferentes culturas que afloran en la zona”, explicó Valdata. Es que pese a que la comunidad toba es la más grande, (se estima que hay unos tres mil descendientes del pueblo Qom en el barrio), también conviven personas que llegaron desde Corrientes y de algunos países vecinos, sobre todo Paraguay, Bolivia y algunos de Perú.

El día no parece acompañar la visita. Como dicen los propios trabajadores del lugar “con la lluvia todo se ve un poco más deslucido”. Sin embargo, no faltan niños que esta tarde desafiaron el frío y la llovizna para llegar hasta El Obrador. Valentina Rondinella, profesora del taller de plástica, ya reunió a unos cuantos que se preparan para pintar con fuego. Con la mirada atenta en la llama que flamea en cada vela, los chicos esperan tener una plancha de cartón adelante para poner manos a la obra. Michael y tres jóvenes con pantalones anchos, cadenas y gorras dadas vuelta no disimulan su fascinación por el hip-hop e improvisan unos pasos de break-dance. Mientras tanto, un grupo de nenas se forma en una hilera para colgarse, cuando le llegue el momento, de un trapecio que se balancea desde el techo.

A un costado del galpón se amontonan botellones de plástico transparente, papeles de diario y trozos de madera, que si bien parecen desechos, no pasará demasiado tiempo hasta que se conviertan en otra cosa. De esa montaña de descartes saldrán canastos, bolsos, teatrillos y hasta algún juguete. Porque si de algo sabe la gente que trabaja en el centro cultural es de aprovechar “lo que hay”. Acostumbrados al cirujeo, los que participan de los talleres de oficios, se preparan para poner lo creativo a disposición de lo productivo y fabrican, con lo que tienen a mano, objetos que luego salen a vender.

Aunque el tiempo de producción a veces no marcha al mismo ritmo que las necesidades del barrio que casi siempre son más urgentes, el proceso de trabajo no se detiene. Las estrategias para incluir a todos en el espacio son una tarea minuciosa, de hormiga y escamoteo constante día a día. “La idea es que nadie trabaje aislado. Entendemos que un producto no nace y muere en la misma persona, sino que se piensa colectivamente”, reflexionó Valdata.


Con las manos en la arcilla

Hasta ahora el primer proyecto de trabajo que trascendió las paredes de El Obrador (y llegó nada menos que al Museo Castagnino+Macro, al Salón de Diseño del diario La Capital, al centro cultural Parque España y a algunos espacios de arte porteños) nació del taller de juegos y juguetes a cargo de Mariela Mangiaterra y Elsa Albornoz.

Tras una larga experiencia –que se extiende desde la década del 90 hasta acá– en distintas escuelas y distritos municipales de la ciudad, las dos mujeres parieron junto al ceramista de la comunidad Qom, Arsenio Borgez, una propuesta que incorpora elementos de esa tradición a los juguetes atávicos y conocidos que nos acompañan desde chicos.

Arsenio tiene 60 años, es promotor comunitario, enseña la lengua Qom y llegó desde Chaco en el 85 con su esposa Florinda y sus hijos. Primero se asentó en Villa Banana y con el tiempo se trasladó a las cercanías de Rouillón al 3.400. Mientras moldea con los dedos rugosos una bola de arcilla amarronada relata, casi en círculo, los secretos de un trabajo que conoce desde muy chico. Dice que primero se toma la arcilla, se la trabaja con las manos para darle forma y luego con ayuda de una esteca se la alisa durante largas horas. Más tarde va a parar otro tiempo adentro del horno y por último se la pinta. Casi siempre con sombras, más que colores, que se logran a partir de algunas hojas secas quemadas.

El ceramista cuenta el proceso paso a paso y cuando el relato parecía que iba a terminar, enhebra palabras para empezar de nuevo. Como un espiral, el cuento nunca termina. “Empezamos desde muy chicos, viendo a nuestros propios abuelos. Aprendí mirando, al principio copiaba y después empecé a inventar. Ahora, a esta edad, agarré en serio y no paré, como el zorro sagaz”, dice, mientras la sonrisa le convierte los ojos negros en dos tajos rectos.

Es que la historia del zorro astuto justamente fue uno de los disparadores de Arsenio para uno de los productos lúdicos del taller de juguetes. Cuenta la leyenda que el tigre y el tatú estaban jugando a las cartas con hojas de álamo. Y el tigre le dijo al tatú: –Si te gano te como. Mientras la mirada del tatú mostraba que estaba perdiendo llegó el zorro sagaz. Este animal le pidió las cartas al tatú y le ordenó, sin que el otro se diera cuenta, que se fuera del lugar. En un descuido, el zorro le arrojó las cartas en la cara al tigre y el tatú con sus patas cortas escapó para esconderse en el hueco de un árbol y poder salvarse.

De esa sagacidad hizo uso Arsenio que no sólo representó a los tres animales sentados alrededor de una mesa, también se animó a hacer un ajedrez Qom. “Pensamos entre todos cómo se podía hacer cada pieza teniendo en cuenta a los animales más representativos de la fauna local y regional. Para el rey se eligió al tigre, para la reina a la abeja, para los peones a las tortugas. El guasuncho es el equivalente al caballo y el ñandú que siempre está alerta está en el lugar del alfil”, explicó Mangiaterra.

Aunque también se dedica a moldear ceniceros, jarrones, pavitas, ollas y floreros, en el brillo de los ojos de Arsenio se revela cierta debilidad por los bichos de arcilla. “Son los animalitos de nuestro monte. Cuando están todos sobre una mesa limpia, parados, los miro y parece que se les presenta el alma”, expresa mientras recorre con los ojos las miniaturas de un mono que come una banana, un oso hormiguero y un yacaré. Y así cada animal le remite a su infancia en el monte y alguna historia que quedó guardada en algún lugar de la memoria. “Son todos los animales que veíamos en el monte. En el que había antes, porque ahora todo lo que hay son cosas plantadas no son monte”, relata mientras la bola amarronada que tenía en los dedos va tomando una forma. “Orejas caídas, naríz chata, petiso y grita cuando va a llover”, dispara Arsenio a modo de acertijo mientras reluce de su mano un flamante chancho de cerámica.

Pese a la carga de tradición y artesanía, los productos que salen del taller no buscan ser meramente folclóricos. “Tratamos de ser respetuosos de la cerámica, pero nos permitimos romper con lo tradicional al menos en el soporte. Como es la caja del ajedrez, el teatrillo con la pintura de monte que acompaña a los animales, y la mesa del juego de té, que tienen una apuesta a los colores y al diseño”, apuntó Albornoz.

También retoman la cestería tradicional pero en lugar de hacerlo con totora y palma como en el norte, lo hacen con PET, el plástico de botellas de gaseosas. Lo mismo ocurre con bolsas o sachets que sirven para tejer bolsos como lo hacían las abuelas en la década del 70. “Es una combinación que muestra la impronta de lo reciclado y lo tradicional. Se trabaja con recursos escasos apelando a algo que ya existió”, contaron las coordinadoras.

Esa mixtura de lo pop o lo más contemporáneo con las raíces es lo que les permitió dar un salto y pensar que el proyecto puede convertirse en un emprendimiento productivo más grande. “La búsqueda de lo comercial es otro tema, queremos ir despacio. Falta avanzar en maquinarias y herramientas y para sumar algunos aportes inventamos el club de amigos del obrador”, contó Mangiaterra. Dejar de pensar el espacio como un lugar difícil y articular de maneras posibles para conseguir aportes, insumos y materiales de afuera para seguir en marcha, pero sin olvidar se trata de una institución pública a la que el Estado no debe dejar de mirar.

Fuente: Rosario3.com 

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